Crónica de Bello Monte


19 de marzo, Bello Monte.

A las 10 de la mañana nos encontramos en Ciudad Universitaria. Escribimos consignas en unas hojas, decidimos la ruta y partimos hacia Bello Monte. Nos dirigíamos hacia una de las manifestaciones convocadas por el Movimiento Estudiantil para reclamar los continuos ataques a la universidad o, al menos, esa era la idea que teníamos.

No dimos muchos pasos cuando, nada más pasar la parroquia universitaria, nos encontramos con una masa informe de la Guardia Nacional Bolivariana, la famosa GNB, que esperaba presta las ordenes de arriba. Algunos aguantamos la respiración. Más tarde, entre risas nerviosas, alguien me decía: “mira, yo sí me asusté, lo único que pensé fue ¿qué tengo en el bolso?, ¿qué tengo en bolso?”, aunque no teníamos nada, por supuesto. Nada más que botellas de plástico de agua, cartucheras, camisas de repuesto.

Aún así, el nerviosismo nos acompañó mientras recorrimos uno a uno los piquetes de la GNB. Las arremetidas violentas, las noticias sangrientas, estaban demasiado frescas en nuestras cabezas. Con todo, con lo amenazante que lucían los guardias, no pude evitar sonreír y relajarme un poco al ver a una loca que les gritaba en la cara. Por favor, la protesta no es contra ellos. Ellos no son nada más que medios. Los que ejercen la verdadera violencia, los que dan las órdenes, son otros. Esos panas que llevaban sol parejo bajo los uniformes no eran mucho mayores que yo. Se les notaba en las caras jóvenes y acaloradas. Finalmente, alguien arrastró a la que gritaba, otro estudiante, y todos juntos llegamos a Ciudad Banesco, donde un puñado de gente con gorras tricolores, camarógrafos y civiles en general esperaban esparcidos por la cuadra. Nos quedamos en pleno sol junto a ellos. Charlamos y buscamos caras conocidas en la multitud.

-Mira, allá está el gordo Requesens y por allá Hilda-, señaló alguien.

Pasaba el rato mientras reconocíamos a los líderes del movimiento. Más guardias llegaban. Una parte del movimiento quería pasar porquesi por la calle de los hoteles, pero ya los piquetes, escudos incluidos, se hallaban allí. Más minutos. Más horas. Se hizo el medio día. Frustración. Quejas ¿Por qué los dirigentes apenas si hacen mención a los ataques a la Facultad de Arquitectura?
 
-Ellos andan es con su politiquería- Dijo alguien de pronto
-Bueno, entonces nosotros andamos en una marcha y ellos en otra- Respondió alguien más.

Cierto. Hace un año que me había dejado de marchas y solo decidí arriesgarme esta vez porque lo sucedido en arquitectura me parecía que rayaba en lo ridículo. Pensé que vería cientos de pancartas alusivas al tema, pero no. Solo había telas blancas con los nombres de las facultades, como si se tratara de un desfile. Los líderes hablaban de libertad, de democracia y de cualquier paja menos de lo que tenían que hablar: De inseguridad, de violencia.

Ellos estaban metidos en sus temas. Que el alcalde, que esto, que lo otro. Coño, pana, somos el movimiento estudiantil ¿o no? ¡Habla del ataque a nuestra universidad! ¡Empieza por ahí! ¿No es evidente? ¿No estamos aquí por eso? Parecía que no. Aún así, me quedé. De todas formas, ¿por dónde iba a salir? Estábamos rodeados de guardias.

A las 12:30 salieron las capuchas. Unos cuantos gritos aislados de “no a la capucha” se oyeron en algún que otro rincón de la multitud. En honor a la verdad, fue todo un espectáculo ver a los radicales ponerse prestos. La capucha, los guantes, el grupito, las miradas. Al parecer, la marcha tenía que pasar sí o sí por la calle de los hoteles. Más discusiones. Volvieron a desaparecer los encapuchados. Ahora resulta que nos íbamos por la avenida principal de Bello Monte, hasta la universidad. Muchas negativas. Mucha confusión. Si la crónica suena desordenada, es porque el momento también lo era. Pasó tanto tiempo, que nos sentamos bajo una sombra, discutimos si ir o no a comernos unas arepas en un restaurant cercano, reconocimos más caras y aún el movimiento no se decidía.

De pronto, sin previo aviso, la marcha empezó.  Como si todos hubiésemos esperado esa señal invisible, nos paramos, nos ubicamos rápidamente frente a Ciudad Banesco, se levantaron las pancartas y las consignas. Los estudiantes seguían de buen ánimo. Las banderas de la Facultad de Medicina, Razzeti y Vargas, se peleaban por estar una más arriba de la otra entre risas, a la vez que se pasaban de mano en mano tapa bocas de algodón y los paramédicos intercambiaban palabras. Avanzamos unos pasos.

-         -  "¡No somos Capriles, no somos Maduro, somos estudiantes que queremos un futuro!”-.

Lástima que solo oí una vez esa consigna que, contra todo pronóstico, por fin parecía ir al punto. Nadie hizo eco de los ridículos cánticos clasistas que a veces se oyen en las marchas. Los chamos sonreían. Las doñas se mezclaban en la multitud. A lo lejos, muy bajo, sonó el himno nacional. Y de pronto, la primera detonación.  

Lo único que alcancé a ver fue a los policías corriendo hacia la línea de sus piquetes a la vez que lanzaban algo hacia atrás. Luego, el humo. La bomba sonó casi -casi-  tan inofensiva que muchos nos quedamos parados desconcertados. “¡Se están empujando!”, gritó alguien. Segunda detonación. “¡NO CORRAN! QUE NO CORRAN”, exclamaban algunas voces preocupadas, pero ya era muy tarde.

Grupos grandes se desprendieron de la multitud y empezaron a retroceder. En medio de la confusión, algunos de mis compañeros sacaron Maalox y vinagre. “¡Agáchense, espérense!”. Aún más confusión. Ya ni siquiera sabía que era lo que pasaba adelante. Unos segundos de calma mientras el humo hacia efecto y todos se mantenían contra el piso. Cuando las bombas lacrimógenas empezaron a hacer lo suyo, se desató el pánico. Más que retroceder, los estudiantes gritaban asustados  y corrían hacia la Plaza de Bello Monte. Un grupo con una muchacha asfixiada en brazos pasó corriendo mientras llamaban a los médicos con desesperación. Más detonaciones. Más gente que corría a refugiarse. El pánico también me invadió. ¿Hacia dónde íbamos a ir? Estábamos rodeados. Había GNBs por todas partes.

Nos sentamos a descansar cerca de la plaza, pero cada tantos minutos teníamos que pararnos y “ceder terreno”. La gente retrocedía ante cada nueva detonación. Cuando ya estábamos arrinconados en la plaza de Bello Monte, debo decir que me alegró ver a los radicales. Empezaron a mover objetos de aquí a allá para defenderse ¿Y por qué no? Nosotros no teníamos a donde huir, mientras el dañino humo de las bombas se hacía más fuerte.  Algunos estudiantes mantuvieron la calma y lograron dar indicaciones para que el resto escapara hacia la morgue. Más eran los que corrían hacia cualquier lado con tal de alejarse del humo de las bombas y de los policías.

Yo no esperé a ver más nada. Bello Monte era una confusión de humo, gente que corría, caras asustadas, encapuchados que se defendían, policías que avanzaban. Me fui. Junto a otros pequeños grupos, rodeamos el McDonald’s, atravesamos la linea en donde se intercambiaban insultos y bombas y subimos por la colina. Ya lejos, en los Chaguaramos, cada moto, cada uniforme verde, era una amenaza.

Si pensara en mi reflexión de la marcha – o concentración- durante las largas horas de espera bajo el sol recordaría la frustración y las quejas contra una dirigencia estudiantil que no suma. Estos tipos de verdad andan metidos en sus temas partidistas. Querían causar impresión con sus discursos y se fueron por las ramas hablando de alcaldes. Solo con nombrar los sucesos contra la Facultad de Arquitectura y las constantes irregularidades violentas en la UCV, tenían más que suficiente.

Pero, luego del ataque con las bombas, no sabría que pensar, por el momento.

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