Hijos del morichal

Fotografía: Kanobosur.blogspot.com

"El agua es vida”, solía repetir mi abuelo.
 
En las tardes, a la orilla del rio, se sentaba sobre las viejas tablas de madera del puente. A veces, solo escuchábamos el llamado de las guacamayas. Otras, con un pie en las aguas del morichal, el chamán hablaba de cosas que yo no entendía sino hasta mucho después.

“Volveré exilado en mis noches sin fronteras, solo al borde de ti, solo al borde de la espuma que de mi pie se derrama”, decía con la mirada en el agua.

Caracas
Yordana Medrano regresó a la capital a mediados de enero. “Lo que más que me gusta de este lugar  es- hizo un leve gesto de desagrado- el Waraira Repano. Eso del ejemplo que Caracas dio… bueno”, le dijo a la muchacha que estaba parada delante de ella.

Ya habían pasado 10 meses desde que llegara con una mochila cargada de imágenes, impresiones y estudios de Zulia, Amazonas, Bolívar y Monagas. Esa tarde, con una cámara blanca colgada del cuello, iba de un lado al otro de la Estancia.

“Dale, pues. Pregúntame”, le soltó con voz clara a la joven estudiante de periodismo, mientras miraba las fotos que había tomado de la Feria de Artesanía Warao que se celebraba ese día. Yordana la había visto sentada junto a su hermana Carmen, una warao que participaba en el evento.  

“Del morichal conseguimos alimento, madera para los pisos de nuestras casas y material para la cestería”, explicaba Carmen minutos atrás con voz apenas audible, tan baja como si llegara desde los caños del Delta. Con las manos dibujaba formas en el aire para explicarse. Su rostro era impasible. Toda ella evocaba un río de aguas tranquilas.

Muy diferente a Yordana, quien vestida con unos jeans, una camisa negra y zapatos deportivos, no perdía detalle de nada. Tan pronto escudriñaba a la joven que le preguntaba cosas, como advertía todo lo que pasaba a su alrededor.

Yordana era más bien baja, con la cara salpicada de pecas oscuras y el cabello recogido en una cola que se acababa pronto. De su nación warao, solo parecía poseer los oscuros y profundos ojos, que en ella eran grandes y almendrados, en vez de achinados. A primera vista, se confundía con otra caraqueña y era difícil sospechar que había pasado su infancia entre los altos moriches de Delta Amacuro, entre canoas que navegaban limpias aguas del mismo color de los árboles y entre janokos, o palafitos, construidos a la orilla del río.

Hasta que hablaba. Con un acento que no era de ningún lugar, Yordana se revelaba más como una palma suelta del morichal que recorría Venezuela con un objetivo fijo. Como una nómada, le sugirió la joven y ella lo aceptó con desenfado.

“Los pueblos indígenas somos nómadas en esencia. Siempre recogemos impresiones. Somos parte de la naturaleza y la naturaleza siempre se deja sola, siempre se deja libre”, le explicó Yordana a la joven.

Hace 15  años, cuando dejó el Delta Amacuro, Yordana no buscaba parecerse a los Jotarao, nombre que le dan los Warao a la gente de afuera, a los mestizos, a los de la otra cultura. Su padre había demostrado interés por el estudio y sus hijos lo habían seguido. Uno apostó por la carrera de Medicina, otra por la de Educación y Yordana decidió enfocarse en la comunicación. “Pero no para parecerme a ellos”, insistió.  

Más que interesarse por lo que otros tenían para enseñarle a los indígenas, la joven warao creía en lo que otros podían aprender de esa cultura que se escondía entre los árboles del Delta.
“La comunicación indígena es oral, es sagrada. Se transmite de generación, en generación. Pero, siempre he creído que de aquí a unos 50 años los pueblos originarios podrían no existir, si observamos cómo va avanzando la cultura dominante. Entonces, esa  oralidad hay que preservarla. ¿Cómo? Pues a través de la escritura”.

“En cada cuento, en cada mito, en cada leyenda, incluso en cada chinchorro y en cada palafito, hay un lenguaje. Ese el lenguaje hay que escribirlo, para preservarlo y para entenderlo”.
“Los medios de comunicación son un espacio. Además de entender y difundir la cultura indígena, también  se trata de darle un mensaje a la sociedad dominante: Es posible vivir en un mundo en donde todos seamos iguales. Diferentes en la práctica, pero iguales como seres humanos. Solamente cambiamos en pensamiento, en palabra y en acción”.

Poco a poco surgió el resto de la historia. Cuando la joven warao culminó el colegio se enrumbó al Zulia, en donde obtuvo el título de Comunicador Social de la Universidad Católica Cecilio Acosta. No mucho después se enfiló a Caracas y estudió Educación, mención Desarrollo Social, en la Universidad Simón Rodríguez. No conforme con ello, realizó un diplomado en Derecho Internacional e Indígena, en la Universidad de los Andes. Sin embargo, la beca a España no la aceptó.

“Tenía la opción de estudiar acerca de los derechos en España pero sabiendo que ese país es uno de los que tienen mayor índice en cuanto a la violación de los derechos humanos ¿Qué iba a hacer yo cursando eso allá? Me parecía que no tenía sentido”, le explicó Yordana a la joven.

Ya su tío, el doctor Juan Crisólogo Bastardo, había ido. Fue miembro de la Academia de la Lengua en Caracas, ocupó el sillón de la letra D, de la Real Academia, estudio en México y en la Universidad Carlos III de Madrid, pero aún con toda la trayectoria que lo respaldada, sufrió una gran discriminación en aquella sociedad.

“Llevó su lengua originaria para ser estudiada, aunque no fue muy conocido. Eso fue en un época en la que las comunidades indígenas no eran tan visibles”, comentó Yordana.

Ante la insistencia de la joven, Yordana habló de sus impresiones de la capital. Reveló que la primera vez que la conoció, no la sorprendió. A Caracas ya la había visto en documentales, fotos e historias. Por eso no se asombró ante los coloridos cardúmenes que agitaban calles y aceras. Al contrario, sin tapujos le explicó que la consideraba fea, burocrática.

“Nosotros, que venimos del interior, no tenemos nada que buscar, porque aquí está todo lo dañino. Sí, en Caracas se concentra todo lo que es la economía del país  y lo que la maneja, pero es una sociedad que transgrede culturas, organización, formas de vida”, le dijo sin más a la estudiante.

Después de un breve silencio, comentó: “Es una ciudad anónima. Si matan a alguien, nadie va a decir nada. Nadie vio nada, nadie sabe nada”.  

Con todo, sus proyectos la habían traído de vuelta. La Radio Nacional de Venezuela, en donde trabajaba, así la requería. Una vez más, ya en su condición de nómada, decidió hospedarse en una casa con unas amigas, todas de distintos lugares. Cuando terminaran lo que habían venido a hacer, partirían. Yordana se enrumbaría hacia Apure, Amazonas y Delta Amacuro con la visión de crear una radio comunitaria. .

Cuando la entrevista ya llevaba rato, Yordana decidió cortarla, quizá porque debía trabajar, quizá porque se le antojaba muy larga. “Bueno, yo voy a seguir tomando fotos”, soltó de pronto con un pie en retroceso.
-Una última pregunta.
-Ok
-¿Me podrías contar una anécdota de tu abuelo?

La joven warao dejó colar una rápida sonrisa y aceptó. Entonces le contó la historia del chamán.”Cuando decía volveré se refería a él y a todos sus ancestros. Cuando decía espuma pensaba en el agua, no solo en la del río, sino en la de los mares y océanos que abarca todo el planeta”, relató.

-Con mi abuelo aprendí muchas cosas. Antes de salir a esta sociedad, la dominante, creo que me repotencié con él. Luego me fui, porque quería saber ¿Por qué ellos (los jotarao) exterminaron mi pueblo? ¿Por qué fueron ellos los que dominaron? ¿Qué tienen de importante, de interesante?-se preguntaba.

Y entonces, con las palabras del chamán aún en el aire, se despidió.

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