La ciudad imaginaria




Que no se diga más. Esa es Nueva York. Ya la cámara le hizo un rápido paneo a la estatua de la libertad, ya se regodeó con los altos edificios, ya apuntó hacia esa fila interminable de ruidosos taxis amarillos.

Una vez más, la ciudad de los rascacielos, la capital del mundo, la que nunca duerme, the Big Apple, the Seat of the Empire, se ensancha ante otro papel protagónico en la gran pantalla.

Está hecha para los escenarios, para ser vista y admirada.

Lo sabe bien.       

Hace décadas no pasa un solo año en el que Nueva York no se pelee por el estelar. Se viste de rosa, o de andrajos. Deja que la retraten con un gigante peludo colgado del Empire State, o con un monstruo que la destroza hasta sus cimientos. No importa. Da lo mismo. La ciudad that never sleeps confía en su propio esplendor. Es vanidosa, muy vanidosa.

Sea la escena en  el Bronx, en Queens, Brooklyn, Manhattan o Staten Island, es lo de menos. Que los directores la imaginen en ruinas, para complacer a los que dudan de ella; que la imaginen rebosante de energía, para satisfacer a los que la admiran.

Que todos la vean.

Esté a la sombra de la delincuencia, bajo el brillo del renacimiento de Harlem, u ocupada en asuntos de interés mundial, cualquier año es bueno para estar ante las cámaras.

¡Bienvenidos sean entonces Billy Wilder y Steven Spielberg! Siempre será un buen momento para una historia de amor y desengaño en uno de los tantos apartamentos de Nueva York, o una en el muy internacional aeropuerto John F. Kennedy junto a un insólito y necio Viktor Navorski.

A Woody Allen ni hace falta darle la bienvenida. Él tiene un pase libre a la ciudad desde que decidiera homenajearla en sus películas. Manhattan ya lo consagró como uno de sus preferidos. Sus personajes se quedaron a vivir allá hace mucho tiempo. Annie Hall y Aly Singer entran y salen de los restaurantes entre abrazos y discusiones cuando quieren, mientras un David Shayne pasea eternamente atormentado por los teatros de Broadway y un Danny Rose sigue a la búsqueda de los talentos más estrafalarios que pueda encontrar.

El asunto es delicado con Martin Scorsese, pero igualmente la ciudad no le puede hacer malos vistos. La historia del taxista deprimido que trabaja de noche en Nueva York para aliviar el insomnio, siempre es un buen motivo para verse a sí misma en la gran pantalla. You talking to me?, escucha una y otra vez la ciudad y entonces sonríe, aunque el musical que luego le dedicara el director, hubiese resultado fatal ante la crítica.

Nueva York también tiene otros papeles estelares. Aún se regodea con el que tuvo en esa película de Chaplin en donde un rey llega a la ciudad sin dinero tras una revolución en su país; no pierde detalle de que fue la primera ciudad en donde Robert De Niro se estrenó como director; ni que Oliver Stone la retratara en una de sus brillantes películas.

Con todo, ninguna película la debe haber hinchado más de orgullo que esa en donde sus tres ídolos la retrataron juntos. Historias de Nueva York, con Woody Allen, Martin Scorsese y Francis Coppola. Que los críticos digan lo que quieran.

Los súper héroes también tienen cabida allá. Nueva York no tiene problemas. Que tengan poderes de araña, que lleguen desde el lejano planeta de Kripton, o que estén bañados de dinero. Que la llamen Metrópolis, o Ciudad Gótica, los directores tienen permiso de representarla una y otra vez entre grandes hazañas y efectos especiales. E incluso, si se la muestra desde su lado más oscuro, lo importante es que ella sea la protagonista de fondo.

Es más, con eso último, realmente la ciudad no tiene inconvenientes. Hace tiempo que una de las películas de sus preferidos, El Padrino, pasó por esos caminos y la dejó triunfante. Lo mismo puede decirse de El Gran Gatsby, quien forjó su fortuna allá entre capas de corrupción y contrabando.    

Por si fuera poco, Nueva York, siempre a la cabeza, también da cabida a que las feministas retraten su historia allá. Así fue como la ciudad vio a una intransigente Meryl Streep explotar a una atolondrada Hattaway en una ficticia revista de moda, o como las cuatro de Sexo y la Ciudad, tuvieron su momento en los restaurantes de moda.

Nueva York se reinventa de cientos de manera. Desfila sobre la alfombra roja de las pantallas. Posa de la manera que sea. Pero, por favor, que nadie la olvide, que nadie la pase por alto.

Y así, para cuando se termine esta película, ella seguirá allí. La ciudad imaginaria de 7 mil millones de personas.

Nueva York

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