La carrera que iluminó Caracas por una noche
Era un domingo a las 6 de la tarde y el metro
se desbordaba de camisas azules. Si se les veía de frente, el logotipo de la empresa
Samsung brillaba en grande, con claras letras plateadas. De espaldas, se leía
el nombre del evento: CCSNIGHTRUN 5k.
Cerca de 7 mil personas respondieron a la
convocatoria de la marca. El día antes del evento acudieron solícitos a recoger
su kit en el Centro Comercial San Ignacio en medio de una música estridente y
una decena de toldos blancos. Ni siquiera la lluvia de octubre los detuvo. El
día de la carrera, embutidos en zapatos y ropa deportiva, se prepararon para
correr 5 kilómetros dentro de la capital, hazaña por demás aplaudible para un
lugar en donde la delincuencia ubica a Caracas como la tercera ciudad más
peligrosa del mundo.
Sin embargo, al llegar a la estación del
metro Chacaíto nadie parecía pensar en eso. Los que salían a la fría oscuridad
del bulevar agitaban los brazos entusiasmados hacia los que estaban allí.
Mientras tanto, la marea azul ya caminaba y empujaba alborotada hacia el Centro
Comercial Lido, el punto de encuentro. Una cuadra antes de llegar, la
algarabía, las caras sonrientes multiplicadas y las luces de colores advertían de
la proximidad del evento.
A las 6:30, Caracas parecía haber entendido
que esa era una noche de celebración. Ni una sola gota de agua caía sobre el
área demarcada para la carrera. Olvidados, los altos edificios observaban
silenciosos y oscuros la fiesta que se desarrollaba más abajo.
Desde todas las calles llegaba gente a pie o
en bicicleta que se sumaba alegre a la corriente de la avenida Francisco
Fajardo y las escaleras adyacentes, normalmente desoladas, habían sido
reclamadas por la multitud. Ahora servían de asientos para los que llegaban
demasiado temprano. No tan allá, los vigilantes de los edificios, envueltos en
negras chaquetas observaban con ligero asombro a la muchedumbre que se
desplazaba por la acera sin siquiera advertirlos.
-¿CÓMO ESTAMOS, CARACAS?-preguntaba desde la
tarima Migbelis Castellanos, la Miss Venezuela 2013, aunque solo los que
estaban más cerca respondían con una fugaz ovación. El resto de la multitud
parecía más entusiasmada con el encuentro colectivo en medio de la calle. Los
que no se dedicaban a estirar los músculos y a trotar en círculos sobre el
asfalto, se apretaban en escandalosos grupos que se abrazaban, reían y
charlaban en cualquier parte.
- ¡CINCO MINUTOS, SEÑORES!
Para ese momento el aviso ni hacía falta. La
muchedumbre ya temblaba de entusiasmo.
- ¡CUATRO MINUTOS!
Unos y otros se apretujaban frente a la línea
de salida. Más de 7000 personas, entre inscritos y no inscritos, se fundían en
una sola masa.
- ¡TRES MINUTOS!
Algunos daban pequeños saltos en el mismo
sitio. Otros se sacudían como si estuviesen empapados de agua. Unos pocos
gritaban y agitaban los brazos en el aire cada tanto.
- ¡DOS MINUTOS!
Chacao se traducía como multitud frenética,
ebria de entusiasmo ante la novedad de esa noche pública.
- ¡UN MINUTO!
Y entonces los animadores del evento por fin
recibieron toda la atención del público.
-¡YA!
Miles de participantes se abalanzaron contra
la presa que hasta ese momento era la línea de salida. Aquí y allá centelleaban
una decena de luces blancas. A los lados retumbaba la ovación incansable de
otros cientos de caras y formas difusas que no corrían, pero que igual eran
parte del evento. Esos eran los primeros 100 metros y luego, la noche.
En medio del halo de luces, ahora amarillas,
verdes, azules y moradas, se distinguían las espaldas del ejército de
corredores. Hombres, mujeres, madres con coches de tres ruedas, niños que
llevaban de la mano a sus padres, jóvenes, no tan jóvenes, personas con
carteles que las anunciaban como autistas, un hombre en silla de ruedas que ya
le llevaba varios metros a los que iban a pie.
Cada tanto, las caras que gritaban y animaban
con voces potentes volvían a aparecer, lo mismo que los uniformes azules de
bomberos y policías. Más bien pronto, en mitad de la avenida, un arco repleto
de brillos les anunció a los corredores que habían alcanzado el primer
kilómetro. Como bienvenida, una figura femenina teñida de colores giraba y
agitaba los brazos ante la mirada asombrada de la marea azul.
La misma práctica se seguía en cada kilómetro
y mientras más cercana la línea de llegada, más estrambóticos los disfraces. Las
imágenes de los edificios de Chacao, el Obelisco de la Plaza Francia, las
amplias aceras de los Palos Grandes, pasaban en un solo borrón a los lados de los
corredores.
Cerca de Parque Cristal, la corriente se
encontró con una subida. Entonces los gritos de ánimos surgieron de adentro.
“¡Vamos que si se puede!”, “¡sigan, sigan, no paren!”, se auto motivaba el
grupo. “Falta poco”, gritaban los de adelante. “¡Mantengan!”, decían los de más
atrás. Paso a paso, el rio de camisas azules atravesó la plaza de Los Palos
Grandes y ya arriba se enfiló de vuelta hacia Chacaíto. Pasaron hoteles,
restaurantes y calles oscuras, apropiadas ahora por los corredores. Atrás
quedaron el famoso Ávila Burger, las paredes color ladrillo del San Ignacio y
los altos árboles de la urbanización Campo Alegre. Ya solo se oía el rasgar de
miles de zapatos sobre el asfalto.
-100 metros. Solo 100 metros. Ya llegaron-anunció de pronto una de las caras de los que no corrían, mientras las manos aplaudían
y los instaban a seguir. De pronto, mientras una mujer los animaba, el puente
de la avenida Libertador se abrió ante los corredores y el último kilómetro se
perfiló contra la oscuridad. Finalmente, con un último aliento, la multitud
atravesó la línea de llegada. Las energías acumuladas durante horas se
dispersaron. El afán se apropiarse de Caracas, de sentirla suya, incluso por una
noche, se suavizó en medio de las agitadas respiraciones. El evento de Samsung
fue solo una excusa.
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