Liubliana

La niña le pidió perdón al dispensario y corrió en busca de su padre. Pagué. "¡Papi, papi! -escuché al fondo, en la entrada-. Dime que soy la niña más hermosa del mundo". Sonreí. Salí del lugar, un hombre joven sostenía a la niña en sus brazos cerca de la puerta. "Si, mi amor, eres la niña más hermosa del mundo", le dijo bajito, con algo de vergüenza. Maldije, entonces, la promiscuidad de la belleza.

De Sánchez Rugeles

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