Día de la juventud

No los veían. Solo oían el barullo. Pies que corrían; vozarrones que pretendían ganarle al aguacero y a los truenos; chapoteos violentos. Pasaron muy pocos segundos expectantes, antes de que a lo lejos distinguieran una multitud recortada entre las paredes de Villanueva.

"Son muchos. Vienen a pie, vienen riendo", sonaba, pero desde muy lejos, desde los confines del 68 en México.

Sin palabras, los que no venían con la multitud miraban alrededor. Escudriñaban las caras de los otros, aguzaban el oído y dejaban que una pequeñísima puntada de electricidad los recorriera. Los que estaban sentados se paraban de pronto. Algunos muy lentamente, para disimular la tensión. Otros con cara de despreocupación, mientras retrocedían rápidamente en la dirección contraria.  

Pero aquellos, los de la multitud, no eran muchos.

Aunque si venían riendo. Venían riendo y hacían caso omiso de que no eran muchos. Si tan solo se hubiesen quedado callados, no habrían llamado la menor atención. No era este el caso. Venían riendo, con las piernas prestas  a la carrera, con las miradas encendidas. Las caras apenas se distinguían en medio de la oscuridad del día lluvioso, pero las voces hacían bien su trabajo. No eran, sin embargo, meros gritos excitados, ni simples chillidos de emoción. Este era un coro de voces potentes, que no daba derecho a réplica. Avanzaban a grandes zancados, sin esperar a nadie. Las paredes parecían muy frágiles entonces para contenerlos. Ellos mismos, asombrados y deleitados por su propio poder, cada vez alzaban más y más el volumen, con las manos en bocina alrededor de la boca, hasta que Plaza Cubierta no se daba abasto con sus ecos.
 
¿Qué dicen? ¡Qué importa! Solo míralos.

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