Belleza



Un millón de ojos le devolvieron la mirada. Sin inmutarse, dejaron que aquellos curiosos e inquietos orbes marrones bebieran con fruición los colores de su cuerpo.
El millar de ojos apenas si se inmutaba cuando notaba  que sus defectos resaltaban  bajo aquella suave luz. No se importunaba ni con los vellos que recorrían su accidentada piel,  ni con las protuberancias que resaltaban a plena vista. Más bien se regodeaba en ello y su tez, roja, parecía brillar con mayor fuerza aún.
Era una fresa demasiado confiada. Tan pequeña y tan presumida. Segura de su propia atracción, daba vueltas y más vueltas sobre la mano de la chiquilla.
 La niña le dio otro largo vistazo y le sonrió con picardía
-          -Si que eres muy bonita, fresita.
Y la fresa, vanidosa, dejó que la luz de la cocina se reflejara aún más sobre su dulce piel, mientras contoneaba su cuerpo en forma de corazón.
-          -Tan bonita, como sabrosa- Dijo entonces la niña y, sin más miramientos, abrió los juguetones labios y se tragó entera la fruta.

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